[…] – Los seres humanos nos dañamos unos a otros –continuó Vallés con
decisión-. A diario hay muchas personas acusadas y sentenciadas injustamente,
cientos de muchachas seducidas, miles de mujeres abandonadas, millones de
hombres asaltados o golpeados; a nuestro alrededor pulula la sevicia, el abuso
sexual, el chantaje, el fraude, la violencia familiar, el incesto y, lo más
frecuente, la falta de consideración por parte de nuestros seres queridos.
Cuando hemos sido afectados por algo así sobreviene en nosotros un odio
natural, un deseo de tomar revancha y una terrible soledad. Nadie está exento
de ser lastimado por otro ser humano; es más, me atrevería a decir que a todos
nos seguirá ocurriendo y debemos desarrollar un mecanismo de defensa para no
permitir que, por atropello de alguien, nuestra vida pierda sentido.
-¿Mecanismo de defensa? –cuestioné-. ¿A qué se refiere?
-Solo alcanzan la plenitud de la vida quienes asimilan y practican el perdón. La única manera de extraer de
nuestro cuerpo el veneno que nos inyectaron otros es perdonando. Así como lo
oyen. De nada sirven parapetos. La gente los va a herir a menos que se vuelvan
ermitaños encapuchados. Perdonar es abrir la puerta que los sacará del recinto
de la amargura. Corrijan el concepto en su cabeza, por favor. Al perdonar a la
persona que me falló no le estoy haciendo un favor a ella, me lo estoy haciendo
a mí mismo: cuando perdono sinceramente a mi agresor la paz me inunda, aunque
mi agresor no se entere; de la misma forma, cuando lo odio me invade la pesadumbre,
aunque igualmente mi ofensor esté totalmente ajeno a lo que siento por él.
[…] Por favor, pongan mucha atención. ¡Es importante! Para perdonar a
alguien se requiere: Número uno, ENFRENTAR ABIERTAMENTE EL DOLOR por lo que nos hicieron. Número
dos, EVALUAR LO QUE NOS CUESTA
AQUELLO QUE PERDIMOS, y número tres, REGALAR MENTALMENTE LO QUE PERDIMOS. Para dar el primer paso
dejemos de racionalizar diciendo “no ocurrió nada, a fin de cuentas no me
afecta la conducta del otro, algún día me las pagará, pero definitivamente yo
estoy bien”. Esa actitud es absurda. ENFRENTAR
ABIERTAMENTE EL DOLOR es reconocer que estamos terriblemente heridos, que
el proceder de aquel sí nos afectó, nos hizo daño, nos duele definitivamente…
El segundo paso, EVALUAR EXACTAMENTE LA
PÉRDIDA, significa calibrar lo que nos quitó, hacer un recuento real de lo
que perdimos y reconocer el valor que eso tenía para nosotros.
¿Qué fue lo que yo le quité a ella? ¿Seguridad, autorespeto, alegría de
vivir, la oportunidad de culminar su carrera, la tranquilidad de sus padres?
-El tercer paso –continuó Vallés- es el más difícil. Es el salto de la
muerte, el punto culminante y definitivo. Sin el tercer paso los otros dos no
sirven más que para reconocernos abiertamente como mártires. Con él, en cambio,
la fórmula hace estallar el mal y nuestra vida se llena otra vez de energía
positiva. Hemos reconocido el dolor y evaluado lo que perdimos. Ahora debemos
REGALARLE A NUESTRO AGRESOR AQUELLO QUE NOS QUITÓ, pensar que decidimos
obsequiárselo. No se lo merece, definitivamente, pero como de cualquier modo ya
no lo tenemos, vamos a volvernos mentalmente su amigo, tratar de ponernos en
sus zapatos, comprender sus razones, justificar sus impulsos y decirle con nuestro pensamiento: “Eso que me quitaste, quiero
pensar que te lo regalo…” Este último paso es el verdadero perdón, es el giro
definitivo, el último dígito de la combinación. Sin él no hay nada; con él,
todo.
“El perdón es un obsequio inmerecido. Igual que el verdadero amor. El amor
real jamás podrá ser un premio, el amor es un regalo. Los seres humanos
superiores son capaces de decirle a sus hijos y a su pareja: “Te amo, no como
premio a tu conducta sino a pesar de tu conducta…” Nadie que condicione su
cariño a alguien lo ama verdaderamente.